martes, 20 de mayo de 2008

cabeza/cuerpo




Queridos lectores: Lamento profundamente esta larga ausencia. Prometo hacer propósito de enmienda y hablar con vosotros más a menudo.

Hoy quiero comunicar al mundo que día a día voy recopilando méritos para parecerme más a Santa Orosia. Para aquellos que no lo sepáis, esta Santa y Mártir, también Virgen, tuvo el infortunio de ser decapitada. Su triste historia será objeto de otro texto más adelante. De momento sólo decir que yo, si no he conseguido aún separar totalmente mi cabeza de mi cuerpo, estoy logrando un estado de desconexión por lo menos admirable. Los tiempos de tirar los cubiertos a la basura y meter la grapadora en la nevera quedaron atrás y me muevo en unos niveles muy superiores, casi diría que de caótica perfección.

De entre todas mis hazañas hoy voy a relatar dos, ambas relacionada con el váter. Este año la cisterna me ha dado varios disgustos y he tenido que acosar durante semanas a los fontaneros sevillanos hasta que por fin uno de ellos se dignó a venir a robarme. Pasé dos meses de tranquilidad hasta que la cosa empezó a fallar de nuevo: el tirador se iba soltando poco a poco, cada vez más flojo hasta tener que levantar un poco la tapa para poder descargar el agua. Y un día de fuerza y energía, tiré con tanto ímpetu que el asidero salió de su agujero junto con el palo que le acompaña, mi mano lo soltó y cayó al váter, de donde salió por el desagüe arrastrado por la corriente. Pues sí, esto que acabo de relatar no sólo es verídico sino que además, es cierto.

En el día de hoy otro suceso me inspiró para dedicaros estas letras. A las 8:45 llegué cansada y sudorosa de mi clase de flamenco, plataforma genial donde demostrar mi desconexión. Torpe pero limpia, decidí ducharme. Me desvestí y con gran puntería, desde lo lejos tiré mi camiseta al váter en vez de a la bolsa de ropa sucia que tengo a su lado. Sí, en esta ocasión fue puntería, porque allí es donde quería tirarla. ¡Qué disgusto! Y ¿adivináis quién aparece retratado en la camiseta? El ilustre Premio Nobel valdesano Severo Ochoa. ¡Sí! “Mea culpa”. He tirado un Premio Nobel por el retrete.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Lo barato sale caro

Todos conocemos el razonamiento maternal: "Hoy he comprado cincuenta latas de bonito de oferta, ¡he ahorrado una barbaridad!" Mi pregunta es ¿cuántas latas hay que comprar para que llegue a notarse una mejoría en la economía familiar? Albergo muchas dudas al respecto, porque puede ser que tener las estanterías llenas de latas de bonito incite a un mayor consumo del mismo, en todo tipo de ensaladas y platos de pasta y, al final, el resultado sea inversamente proporcional al deseado.
(Ya me veía acabando con las existencias de bonito Albo de un Mercadona de Sevilla, que está mucho más barato que en el Alimerka de Oviedo...)
Este mismo principio básico lo aplicó Orosia el año pasado al elegir el vestido que llevaría a cuatro bodas. Feliz casualidad que fueran todos en sitios diferentes y con invitados no-coincidentes, aunque con esto del divorcio exprés, ¿podría dar tiempo a ir a dos bodas de la misma persona en el mismo año?
En fin, el caso es que Orosia echó cuentas sumando la diferencia de precio de los posibles vestidos, el chal, zapatos, bolso, peluquería y regalos, y llegó a la conclusión de que cuantas más veces se pusiera el vestido más caro, mayor sería el ahorro. ¡Y vaya lo que ahorró! Lo suficiente para regalarle un María Moliner a su hermana pequeña favorita, que a partir de ahora podrá elegir entre consultar la rae.es o preguntarle las dudas a María, y así se seguirá esforzando para ser la más pedante.
El Más Difícil Todavía es amortizar un abrigo de visón, sobre todo si hay que ir a comprarlo a Gianni's Fur (remítanse a la entrada "Ring ring"). ¿Cuántas abrigos tendríamos que comprar para que el billete de avión y la estancia en NY nos salgan rentables? Los factores a tener en cuenta en este caso son mucho más complicados que para las latas de bonito: el precio del petróleo que se dejará notar en el del billete de avión, estrellas y situación del hotel, transportes varios y comidas, y lo más importante: ¿cuántas veces nos lo vamos a poner?
Supongamos que ya hemos hecho números, nos hemos paseado por la gran manzana y estamos de vuelta con un abrigo de excelente calidad. En realidad, sólo con un abrigo es imposible amortizar el viaje, pero el presupuesto era limitado... ¿Y ahora qué?
Para aproximarnos al problema con más realismo vamos a inspirarnos en Eva Wilt, suponiendo que es española y vive en Oviedo. Eva quiere lucir su abrigo en la ópera, los conciertos del auditorio, todos los días que haga frío y, por supuesto, en una ocasión muy especial: Los Premios Príncipe de Asturias.
Eva va a acudir con ilusión a la recepción que se celebra anualmente en el Hotel de La Reconquista, tiene preparado su vestido nuevo, zapatos y bolso, perfectamente conjuntados con el abrigo. Justo antes de empezar a prepararse comprueba la temperatura en su estación meteorológica. ¡Maldición! ¡El veranín de San Miguel! 20º en pleno mes de octubre. ¿Qué puede hacer? Llevar sólo el vestido no es apropiado y con las dos cosas va a pasar demasiado calor, ¡no puede saludar al Príncipe con la mano sudorosa! El tiempo se le está echando encima, si no se decide pronto no va a haber ni recepción ni saludo Real para ella.
En un momento de clarividencia se pone el abrigo encima de la ropa interior y sale de casa con paso decidido. Si no se lo quita en toda la velada, no habrá problema. ¿Habrá guardarropa a la entrada? ¿Qué dirá si le ofrecen dejarlo ahí mismo? Dirá que está destemplada, es un argumento médico que nadie puede rebatir.
Pero qué pasa si los nervios le juegan una mala pasada, empieza a sudar y es el Príncipe quien le dice, campechano como su padre: “Señora, parece usted acalorada, ¿no prefiere quitarse el abrigo?” ¿Quién es capaz de decirle que no a un príncipe? Eva, consciente de lo que se avecina, sonríe a medias y se lo cede, dejando al descubierto su cuasi-desnudez. “¡Dios mío!” exclama el Príncipe. La Princesa, lívida y ojiplática sufre un desvanecimiento mientras los guardaespaldas se abalanzan sobre la pobre Eva, protegiendo al Príncipe de este nuevo terrorismo sexual. “¡Señora!, ¡esa celulitis es una atentado contra La Corona!” gritan los guardaespaldas. “Y contra la humanidad...” susurra el Príncipe, más acostumbrado a mantener la compostura en este tipo de situaciones.
Qué escándalo en la sociedad ovetense, justo el día que todas las cadenas nacionales están retransmitiendo en directo. Pobre Eva, que nunca más será invitada a las partidas de brigde.
A la puerta del Hotel de La Reconquista, Eva da media vuelta y vuelve a su casa, pensando en su chaquetita de punto inglés.
Realmente, lo barato sale caro.