Érase una vez un ratoncito feliz que vivía en un jardín. Sus papás siempre procuraban darle una dieta equilibrada, pero él soñaba con probar la pizza y el chocolate.
Siempre le decían:
- No comas lo que no es tuyo, te puede sentar mal.
Pero eso a él no le preocupaba, pasaba el día jugando con las lavanderas y los petirrojos, peleándose por las fresas.
Un día encontraron una rendija bajo una puerta metálica. Las lavanderas le dijeron:
- Ratoncito, ratoncito, a que no te atreves a entrar en esa casa.
- ¡Claro que me atrevo!, ahora mismo os cuento lo que hay dentro.
El primer día avanzó unos pocos pasos, pero enseguida llegó un humano y se asustó. Al día siguiente lo volvió a intentar: "Sólo tengo que saber cuándo está vacía la casa y podré entrar a investigar tranquilamente".
Poco a poco se fue confiando y recorriendo todos los rincones de la habitación. Encontró un escondite perfecto dentro de una esterilla de plástico y no pudo ser más feliz cuando vio una tableta entera de chocolate a la menta esperándole. Cada día, comía un poquito de chocolate y mordía una esquina diferente de uno de los bricks de leche. Los polvorones de La Estepeña, sin embargo, no fueron de su agrado.
Un día se oyó gritar al homecón:
- ¡Horror!
- Querrás decir Error - contestó otra voz.
- No, no, ¡horror!, ¡un ratón en el garaje! Está todo lleno de cagarrutas.
- ¿Cómo es posible? - se preguntaba Error mientras las hojas secas se colaban por debajo del portón - Habrá que echar veneno.
A la mañana siguiente el ratoncito volvió y no encontró el chocolate. En su lugar había unos granos muy apetitosos de color azul. Se acordó de su tío: "El azul es malo...", pero como era un poco daltónico el azul le pareció más bien verde y comió un poquito. Al día siguiente un poquito más, y así durante toda una semana hasta que se empezó a encontrar mal, cada vez peor, y un día las lavanderas encontraron su cadáver junto a la puerta metálica.
El forense llegó rápidamente a una conclusión:
- Ha fallecido por una hemorragia interna mortal. Y parada cardiorrespiratoria.
Y ese fue el trágico final de nuestro ratoncito valiente y comilón, que dejó el garaje plagadito de restos orgánicos.
Moraleja: no te pases con el sintrom.
Siempre le decían:
- No comas lo que no es tuyo, te puede sentar mal.
Pero eso a él no le preocupaba, pasaba el día jugando con las lavanderas y los petirrojos, peleándose por las fresas.
Un día encontraron una rendija bajo una puerta metálica. Las lavanderas le dijeron:
- Ratoncito, ratoncito, a que no te atreves a entrar en esa casa.
- ¡Claro que me atrevo!, ahora mismo os cuento lo que hay dentro.
El primer día avanzó unos pocos pasos, pero enseguida llegó un humano y se asustó. Al día siguiente lo volvió a intentar: "Sólo tengo que saber cuándo está vacía la casa y podré entrar a investigar tranquilamente".
Poco a poco se fue confiando y recorriendo todos los rincones de la habitación. Encontró un escondite perfecto dentro de una esterilla de plástico y no pudo ser más feliz cuando vio una tableta entera de chocolate a la menta esperándole. Cada día, comía un poquito de chocolate y mordía una esquina diferente de uno de los bricks de leche. Los polvorones de La Estepeña, sin embargo, no fueron de su agrado.
Un día se oyó gritar al homecón:
- ¡Horror!
- Querrás decir Error - contestó otra voz.
- No, no, ¡horror!, ¡un ratón en el garaje! Está todo lleno de cagarrutas.
- ¿Cómo es posible? - se preguntaba Error mientras las hojas secas se colaban por debajo del portón - Habrá que echar veneno.
A la mañana siguiente el ratoncito volvió y no encontró el chocolate. En su lugar había unos granos muy apetitosos de color azul. Se acordó de su tío: "El azul es malo...", pero como era un poco daltónico el azul le pareció más bien verde y comió un poquito. Al día siguiente un poquito más, y así durante toda una semana hasta que se empezó a encontrar mal, cada vez peor, y un día las lavanderas encontraron su cadáver junto a la puerta metálica.
El forense llegó rápidamente a una conclusión:
- Ha fallecido por una hemorragia interna mortal. Y parada cardiorrespiratoria.
Y ese fue el trágico final de nuestro ratoncito valiente y comilón, que dejó el garaje plagadito de restos orgánicos.
Moraleja: no te pases con el sintrom.