miércoles, 27 de agosto de 2008

Las amonestaciones o cuando las abuelas van a Lindt


La última vez que visité a mi abuela escuché varias veces la misma conversación:
Abuela Catastrófica: "Pues ayer el cura amonestó a la vecina del 2º, que se casa en septiembre."
Abuela de otro: "¿Pero esa chica no estaba casada? Si ya tiene dos hijos de seis o siete años."
Abuela Catastrófica: "Eso pensaba yo, pero se ve que no."
Yo, en mi inmensa ignorancia, pensaba que qué anticuado el cura, amonestando a la pobre chica, que si ahora le hacía ilusión casarse, pues cuál era el problema.
Para los que seáis tan burros como yo, os diré que, según María Moliner, amonestar también quiere decir: Publicar en la misa mayor los nombres de los que se van a casar para que si alguien conoce algún impedimento para su matrimonio, lo haga saber. Lo que, en menos cristiano, se podría traducir por echar balones fuera.
Pero se ve que la iglesia intenta adaptarse a los tiempos modernos y ahora se casa cualquiera. ¿Será posible incluso que algún día veamos mujeres curas? Pues vaya lío con esto de los géneros, ¿habrá curas y curos, sacerdotas y sacerdotos?


Las abuelas pirenaicas, por eso de la proximidad geográfica, van todos los años a Lourdes con el cura amonestador y se da la feliz casualidad de que la fábrica de Lindt de Francia les pilla de paso. La última vez que el cura sugirió anular esa parada quedó claro que la afluencia al lugar de las apariciones iba a ser mucho menor. Y no es que las abuelas cometan el pecado de la gula, es que los nietos catastróficos están esperando como agua de mayo la bolsa de medio kilo de bombones. El grado de sofisticación de las abuelas ha ido aumentado paralelamente al descenso del disimulo, y ya van todas con las bolsas térmicas preparadas.
Aunque yo, que soy muy purista en esto del chocolate, preferiría una tableta de 70% puro cacao, y no esas mariconadillas con leche y almendras.
Los maestros suizos chocolateros afincados en Francia están perdiendo el norte (de España).

lunes, 11 de agosto de 2008

De tiendas

Llevo años buscando la petite robe noire que toda mujer debe tener en su fondo de armario. Se trata de un vestido de inconfundible corte audreyiano, discreto y elegante, como era ella. Se trata de un vestido que cuando te lo pones, tu figura se estiliza, tu cara se embellece, tus cabellos se ordenan en un clásico moño italiano. De repente, eres ella. Desgraciadamente aún no lo he encontrado.


Esta tarde he salido de nuevo de expedición. No hubo suerte, pero me sumergí durante un rato en el baúl de los recuerdos. Todo empezó en la primera tienda. Mientras esperaba mi turno en el probador observé a una adolescente que sujetaba con fuerza la cortina de una de las cabinas impidiendo que se viera un ápice del anterior. “¡Una tarada más!”, pensé, pecando de deformación profesional. ¡Qué equivocada estaba yo! ¡Qué razón tenía ella! En ese momento llegó una mujer y con la fuerza de un huracán cogió la cortina e intentó abrirla bruscamente. “¡Mamá!” protestaron dos voces al unísono. ¡Claro!, la chica estaba protegiendo a su hermana de la impudicia de su madre, que como todas la madres abren los probadores mostrando al mundo la gloria del cuerpo de su niña. ¡Cuántas veces yo misma he exclamado ese “mamá” indignado!

Ir de tiendas me resulta cada vez más aburrido, pero guardo algunos recuerdos agradables. De niña me gustaba mucho ir a cierta tienda de la calle Uría donde los probadores tenían espejos enfrentados. Disfrutaba bailando, viéndome mil veces repetida, sintiendo que mis dobles y yo éramos un conjunto de vicetiples de Hollywood. También el día en que mi madre dijo muy orgullosa al salir de Bershka: “Ya sé lo que son las “gochas”. Las del probador de al lado eran unas “gochas”, ¿a que sí?” En otra ocasión, probándome un vestido de Noche Vieja, la madre del probador de al lado comentó a la mía: “Es que todos los vestidos les quedan bien, porque con esos cuerpos …” La vez que mi madre y yo nos llevamos una camiseta sin darnos cuenta metida entre las varillas del paraguas. Era de mi talla y la usé mucho. ¡Qué suerte! El momento en que te enamoras de una prenda que tienes que comprar porque si no, no te quedarás tranquila, y la felicidad de estrenarla. El momento de cálculos mentales sobre lo barato que te sale y lo mucho que ahorras. (Véase “Lo Barato sale Caro", publicado por Error en Mayo) Las dependientas de algunas tiendas que trabajan a comisión y que te dejan hecha un adefesio. Los días optimistas cuando todo te gusta y vuelvas a casa como Pretty Woman. Los días pesimistas cuando lo miras todo con cara de “Fó, qué asco”. En una ocasión escuché esta conversación ilustrativa: “Hoy estamos deprimidas, ¿eh? Que no compramos nada”. Y el momento más atroz resumido en una sola palabra: bikini.


¿Y por qué salí de compras hoy a las 19:00h? Porque de nuevo el deporte me juega una mala pasada. A causa de las Olimpiadas han dejado de emitir Buffy en la Dos. ¿Por qué se empeñan en hacerme la vida imposible? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Si pudiera, volaría cual murciélago hasta Pekín y atravesaría el corazón de todos los involucrados con una estaca.

Mientras tanto me conformaré con unos spuffy moments.