domingo, 30 de agosto de 2009

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Desde pequeña me ha gustado poner mi nombre en todos mis libros. Con la adolescencia depuré la técnica y debajo de mi nombre escribía la fecha en que lo había comprado y en su caso, el nombre de quién me lo había regalado y la ocasión. Veamos con un ejemplo:

Orosia
6 Enero 1999
Reyes de Error

Me parece lo mínimo. De hecho, hace poco dejé de quitarles el precio para admirar con la distancia del tiempo la evolución del valor del dinero.

Este interés por la historia viviente viene de Jmbp. Pero su pasión iba mucho más lejos. Él pegaba una minúscula etiqueta a todos los objetos con que le obsequiaban y escribía con letra de pulga regalador y año. CDs que ponen “chelo 2001”, libros de “mamá 1990”, botellas de “pedro 2005” e incluso alguna de “Plasencia del Monte 1972”. Esto siempre había sido motivo de burla para mí... hasta esta semana.

Hace cinco días Error estuvo en casa. Para agasajarla como conviene decidí sacar uno de los manteles que apenas uso del armario y le dije: “Mira, vamos a sacar este mantel tan guapo que me regaló... mmm... me lo regaló... no sé: mamá o la abuela”. ¡Horror! ¡Qué disgusto ver cómo pierdo la memoria y no puedo honrar a mis benefactores! ¡Qué útil me parece ahora el método de Jmbp! Tan sencillo y eficiente al mismo tiempo.

Supongo que hay una edad para todo. En mi caso ha llegado la de sacar las etiquetas blancas del cajón y anotar escrupulosamente la procedencia y fecha de todos los regalos que me hagan a partir de ahora.
Porque lo bien hecho, bien parece; a quien madruga, Dios le ayuda; y quien a los suyos se parece, honra merece.