martes, 16 de diciembre de 2008

Suchard

Desde que hace más de un mes las tiendas empezaron a amenazarnos con productos navideños, sufro cada vez que voy al supermercado. Allí, cientos de barras doradas Suchard me dicen: "Orosica, ¡cómeme!" Yo aprieto con fuerza la mandíbula, me tapo los oídos, miro para otro lado, uso técnicas de relajación, cuento obsesivamente desde el número cien hacia atrás de siete en siete, tarareo canciones, practico la "parada de pensamiento", susurro mantras... Así he conseguido sobrevivir este tiempo sin caer en la tentación.

Sin embargo, hoy he sucumbido. Conscientemente. Es mi primer día de vacaciones y Bph pone el portal de Belén y las luces intermitentes. ¡Hay que celebrarlo! Voy a Mercadona y lo busco. Está colocado en una situación privilegiada con respecto a sus compañeros los dulces navideños. Es el REY de los postres. Los sucedáneos, tristes barras de chocolate con arroz inflado, no le hacen sombra. Carecen de su textura cremosa, de su olor profundo, de su gusto suave. Los turrones duro, blando, de yema o de mil sabores imposibles quedan eclipsados. Por no mencionar el resto de las porquerías que se comen estos días, por muy divertido que sea decir "pamplona".

Los creativos de la empresa han tratado de engañarnos con productos que nunca llegarán a la altura del Clásico por mucha galleta, avellanas o chocolate blanco que le pongan. Eso son perversiones de un producto único abocadas al más mísero fracaso.

¿Qué pensaría el señor Philippe Suchard de esto?

Philippe Suchard fue un chocolatero y empresario suizo que nació el 9 el octubre de 1797 en Boudry y murió el 14 de enero de 1884 en Neuchâtel. Según las memorias de su hermana, Suchard quedó impresionado por primera vez de las posibilidades de ganancia que ofrecía la industria chocolatera a los doce años, cuando se fue a Neuchâtel, a dos horas de su pueblo natal, para comprar chocolate a su madre enferma. En aquel entonces una ración de 500 gramos costaba tanto como un obrero solía cobrar por tres días de trabajo.

Este comienzo lacrimógeno propio de Andersen no tiene nada que ver con la vida de este personaje. Se trataba de un hombre emprendedor con ánimo de lucro que además del chocolate invirtió en otros muchos campos: barcos a vapor, conducción de ríos en la región del Jurá, yacimiento de hierro, industria de asfalto, seda y macarrones... además de ser un viajero incansable. Este talento no fue heredado por sus descendientes y en tres generaciones la empresa fue comprada por una familia francesa.

Como veis no puedo pasar sin ilustrar a mis lectores. Milka (que no es Lindt pero aún vale) fue creada en 1901 como la primera marca de chocolate de la familia Suchard. También los caramelos Sugus fueron creados por la empresa Suchard en 1931. Los azules de piña, los mejores.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Confesiones catastróficas


Sí. Lo confieso. Me encantan las películas de catástrofes. Sobre todo esas que a los veinte minutos de empezar ya sabes quién va a morir, quién es el histérico que los va a poner a todos en peligro y quién va a tener la idea feliz que les salve. Y, por supuesto, quién va ligar con la rubia.
Todo empezó con El coloso en llamas. Desde entonces los jefes de bomberos son para mí un modelo ético y moral a seguir. No como esos alcaldes de pueblo que se mueven más bien por razones económicas, como el de Tiburón o Dante’s Peak.
Prefiero las películas de catástrofe natural, como Terremoto, Avalancha, Cuando Rrruuuge la marabuntaaaa… pero nunca le haría ascos a un Aeropuerto o un Poseidón.
La genética y la biología molecular han abierto un campo nuevo de epidemias de virus mutantes que se transmiten a través de la mirada, y el cambio climático, fuente inagotable de futuras tragedias, incluyendo glaciaciones.
Esta afición mía no tendría nada de particular si no fuera por la manera en que empieza a influir en mi vida. Las últimas lluvias han generado en mi interior una preocupación tal que a veces me cuesta conciliar el sueño. Todas las mañanas tengo que sentarme en el mismo lado del autobús para controlar el crecimiento del caudal de lo que antes era un pequeño arroyo que pasaba detrás de casa y que, poco a poco, se ha transformado en lo que ya parece un digno afluente del Ebro. A veces, incluso, me imagino subida al tejado, debajo de la lona de la tienda de campaña canadiense, con una lata de fabada litoral como único alimento, esperando que unos fornidos bomberos me rescaten. Lo que aún no tengo muy claro es cómo colocar la lona para que quede tirante y no cale. También me gustaría saber dónde venden sacos de arena para tapar puertas y ventanas. Como veis, es mucha mi preocupación. ¿Qué hago? ¿Será mejor comprar latas de melocotón en almíbar? ¿Sería capaz de comerme la comida de la gata? ¿Y a la gata? No puedo con esta desazón…